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Fecha publicación: 23-11-2014
Autor: Anabel Puente Muñoz

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  ¿Cuanto debe dormir un niño? Esta es una pregunta tan frecuente en nuestra consulta como difícil de contestar. Durante la etapa de recién nacido, pasará entre 17-18 horas durmiendo en forma de periodos de mayor o menor duración, intercalados con episodios de vigilia. Este tiempo irá disminuyendo hasta la edad adulta, en la que los periodos de sueño suelen variar de 6 a 8 horas. Al igual que en los adultos, también en los niños existen diferencias entre individuos. Las necesidades de cada niño varían de uno a otro e incluso a lo largo del día. Entonces, volviendo a la pregunta inicial, a la hora de valorar el sueño de un niño se debe considerar el ciclo vigilia/sueño en su conjunto. Es decir, si el sueño nocturno es continuado, sin despertares y durante la vigilia el niño se mantiene activo, sin mostrar signos de somnolencia y con un comportamiento normal en cuanto al juego y resto de actividades propias de la edad, en principio no debe preocupar las diferencias entre uno y otro niño, siempre dentro de unos límites, como es natural.

Sin embargo, todo lo anterior no debe distraernos de considerar, que en la infancia también se producen numerosos trastornos de sueño, que deben ser valorados del mismo modo que en los adultos. Aunque con las consideraciones necesarias, dado el especial momento de desarrollo en el que se encuentran.

Cuando un niño no duerme bien, independientemente de la causa fisiopatológica, la primera manifestación es una excesiva somnolencia durante el día. Los padres suelen consultar básicamente por dos razones: cuando la situación llega a alterar el sueño de los padres/cuidadores, que afecta a su rendimiento laboral o a capacidad de cuidar del menor. Otras veces, el motivo de consulta suele ser el miedo a que el niño este privado de sueño.  Esta situación es especialmente importante, ya que con frecuencia conduce a que se desarrollen conductas o rituales inadecuados para conseguir el sueño del niño. 

Es necesario realizar una “diario de sueño” que muestre de forma objetiva los patrones de sueño y la evolución a lo largo del tiempo de un modo longitudinal. Será necesario hacer una anamnesis dirigida,  en la que además de obtener datos médicos y de desarrollo del niño, habrá que prestar especial atención a una serie aspectos en cuanto a los hábitos del sueño:

  • ¿cuánto tiempo está en la cama?,
  • tiempo que tarda en conciliar el sueño y cuando esta latencia de sueño es mayor de 30 minutos, ¿qué hace el niño en ese periodo?
  • ¿qué hacen los padres/cuidadores para conseguir que el niño se quede dormido?, ¿le permiten dormir en una cama que no sea la suya propia?
  • ¿qué hace el niño las dos horas previas al episodio de sueño?, ¿qué objetos/rituales necesita para conciliar el sueño?
  • una vez iniciado el sueño, ¿existen despertares?, ¿cuántos?, ¿cuánto duran?, ¿qué hace el niño para volver a quedarse dormido?
  • durante el sueño, existen comportamientos extraños como gritos, movimientos de cabeza/extremidades, rechinar de dientes o comportamientos motores más complejos como levantarse de la cama?
  • ¿existe ronquido?
  • ¿cómo se despierta por la mañana?, espontáneamente, o cuesta despertarle. Se muestra ¿cansado, triste, feliz…?
  • durante el día está alerta con comportamiento activo y propio de su edad.
  • ¿duerme siestas?, ¿cuántas y cuánto duran?


En definitiva, el ciclo vigilia/sueño del niño debe ser valorado en su conjunto, no hay que fijarse tanto en cuanto debe ser la duración del sueño, si no valorar más bien su comportamiento, tanto durante el día como durante la noche. En este sentido, es esencial mantener una relación fluida y bidireccional con los padres, que permita no solo informales y educarles en lo que debe ser el sueño normal del niño, sino también tranquilizarles, para evitar de este modo desarrollar conductas y hábitos inadecuados.